AMATE A TI MISMA
Algunas personas no están contentas
consigo mismas y desearían ser otra persona. ¿Cómo te ves? ¿Cómo te sientes?
¿Estás contento/a con lo que eres? ¿Has intentado ser alguien diferente? ¿Vives
comparándote? ¿La imagen que tienes de ti mismo está de acuerdo con lo que Dios
dice acerca de ti?
Oscar Wilde expresó: “Sé tú mismo, porque
todos los demás puestos ya están
ocupados”. Si intentamos ser otra persona estamos condenados a sentirnos
frustrados, porque estamos intentando lo imposible. Aunque otros puedan ser un
ejemplo para nosotros, nunca han de ser nuestra norma.
Dios espera que tú seas un original, no la
imitación de alguien que anda por ahí.
Si quieres disfrutar verdaderamente de la
vida tienes que aprender a ser plenamente tú misma. Mejórate, arréglate,
supérate, pero quiérete. Mejora tu aspecto físico, pero mejora también tu
capacidad de aprender, de relacionarte, de bendecir, de ayudar a quienes te
rodean, a fin de que cuando pase el tiempo de tu vida todos puedan recordarte como
una persona hermosa en el sentido pleno de la palabra.
¿Cómo sentirse a gusto con uno mismo?
Cuando te entregues al servicio de los
demás descubrirás tu propio valor. Nadie sabe lo que vale hasta que saca lo
mejor de sí en beneficio de otros.
El ocuparte de ti mismo todo el tiempo
sólo aumentará tu desdicha y te volverá más insensible a los que te rodean.
Acéptate, ámate, pero entrégate a una causa que valga la pena y tu valor
aumentará como el oro.
Raúl Follerau solía contar una historia
emocionante. Visitando un hospital de leprosos se sorprendió que, entre tantos
rostros apagados hubiera alguien que conservara los ojos claros y la sonrisa
franca. Cuando preguntó qué era lo que lo mantenía tan unido a la vida, alguien
le dijo que observara su conducta por las mañanas.
Apenas amanecía, aquel hombre acudía al
patio y se sentaba frente al alto muro de cemento que rodeaba el hospital y
esperaba. Esperaba hasta que, en algún momento de la mañana, aparecía durante
unos cuantos segundos el rostro sonriente de una mujer ya entrada en años.
Entonces el hombre le devolvía la sonrisa y, tras unos segundos, la mujer
desaparecía. Esa anciana era su esposa. Cuando lo internaron en el hospital
para leprosos, su esposa lo siguió y buscó vivir muy cerca, en un poblado a pocos
kilómetros de distancia. Cada mañana, sin faltar un día, acudía a la cita en el
muro de cemento para expresarle su amor. “Al verla cada día”, comentaba el
leproso, “sé que estoy vivo porque alguien me ama”.
No veas el servir a otros como una
obligación. Sirve de buena gana, por amor a Jesús. Una vida de servicio es el
mejor canto de gratitud y la mejor manera de vivir.